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El Huandoy y El Huascaran

Cuenta la leyenda, que en las faldas de la cordillera vivía una poderosa tribu en la cual gobernada un cacique de buen carácter y de gran benevolencia. Había destinado a su hija para consorte de un monarca vecino, unión que fortalecería su mandato en la poderosa región, pero la hija del cacique mantenía amores secretos con uno de los más apuestos soldados del guardia llamado Huascar. Una noche la princesa Huandi, salió a encontrarse con su pretendiente y fue descubierta por uno de los sirvientes que dio parte de este hecho a su amo. El monarca encolerizado mando a llamar a soldado. Ambos jóvenes presintiendo el castigo decidieron fugarse. El cacique envió a un grupo de guerreros en busca de los fugitivos, tarea fácil fue la captura de los mismos pues no contaban con medios de defensa. Capturados y sentenciados fueron llevados a la zona más alta de la cordillera donde fueron separados y atados en grandes rocas frente a frente.

Allí los abandonaron y quedaron expuestos a la libre acción de la fuerza de la naturaleza. El frio, el hambre, la lluvia y el dolor de estar separados fueron minando poco a poco su resistencia, hasta que el dios de los Huaylas se compadeció de ellos y fueron transformados en dos soberbios nevados, que se levantaron desafiantes por encima de toda la cordillera. La bella princesa Huandi quedó transformada en el Nevado Huandoy y el apuesto guerrero Huascar en el nevado Huascaran.

La Achiquee

Sucedió una gran hambruna y no había nada que comer, el valle se secó y sólo langostas brillaban saltando sobre los trojales. Unos campesinos hallaron un poco de maíz y decidieron tostarlo. Tenían dos hijos pequeños. Como quedaba muy poco de maíz, esperaron que al anochecer  los niños se durmiesen para comerlo a solas. Al entrar la noche la mujer dijo en voz muy baja:

-¿Dónde está la callana para tostar el maíz?

- Yo sé donde está la callana

- Y yo sé dónde está el palito para mover el grano - dijeron al mismo tiempo los niños.

Los padres se quedaron sorprendidos y aterrados por el hambre, los metieron en una bolsa de paja y los arrojaron al río.

El río los baro dulcemente dejándonos a salvo, luego los niños comenzaron a subir el escarpe de la orilla. Caminando llegaron a la casa de la Achiquee, vieja bruja del monte que los recibió con aparente bondad. Después de darles de comer, dispuso que los hermanos durmiesen separados, uno en la colca y la otra junto al fogón.

Al alba la niña sintió débiles quejidos y suponiendo que fuera su hermano, preguntó a la bruja:

-¿Mamitay que le haces a mi hermano?

- Lo estoy despiojando

Al cabo de un rato tornó a lamentarse el niño y la bruja para tranquilizar a la muchacha, dijo:

-Como le saco las liendres, se queja.

Inquieta, la niña se levantó sin hacer ruido y bajó a la cocina y pudo ver como la bruja intentaba descuartizar a su hermano con una hoja de cortadera. Amarrado y amordazado, apenas si se oían los quejidos de la pequeña víctima.

Sin perder tiempo, cogió la chiquilla un puñado de ceniza y lo echó a los ojos de la bruja y mientras ésta corría al puquial, desato a su hermano y huyeron de prisa. Tras ellos salió aullando la bruja.

Cerro arriba, corrían los niños jadeando como dos tarucas. Como eran chicos, los quishuares los ocultaban y la bruja en vano clavaba los ojos sobre el camino como dos espinas.

 Al medio día los niños encontraron a un cóndor que dormía junto a unas peñas.
-Taita Rucus, ocúltanos bajo tus alas que nos alcanza la Achiquee.

Extendió sus alas el cóndor y bajo ellas desaparecieron los niños. Al cabo de un rato llegó cojeando la bruja, miró astuta por todos lados, y como no vio nada pregunto al cóndor:

-Auqui Rucus ¿Has visto pasar por aquí dos niños que se me han escapado?

-Nada he visto Achiquee

-Pues entonces déjame ver que tienes bajo las alas.

El cóndor la dejó aproximarse y cuando la tuvo bien cerca le dio de aletazos  e hizo caer rodando a la bruja hasta el fondo del barranco.

De nuevo los niños se fueron huyendo de la fuga. Al atardecer fatigados de tanto correr, llegaron a la madriguera de una zorra. A la puerta de su cueva, esperaba a su pareja que debía traer pajaritos para las crías.

-Tia Atoj, dijo la niña, la Achiquee nos persigue te ruego que nos guarezcas en tu casa.

La zorra miró piadosa a los niños y los dejo pasar.

Al anochecer llegó la bruja.

-Vieja Atoj  dijo, de seguro están acá escondidos dos niños que se me han escapado.

-Aquí solo están mis crías-dijo la zorra.

-Entonces déjame pasar – repuso la vieja.

-No puede ser, están durmiendo y las despertarías.

Tanto fastidió la bruja, que la zorra la espanto a dentelladas.

A la mañana siguiente los niños dieron las gracias a la zorra y emprendieron de nuevo la fuga.

Mas la Achiquee los esperaba en lo alto de un cerro, a verlos bajo dando brincos como un saltamontes. 

Huyeron los niños valle abajo.

Al torcer un recodo, divisaron a un Añas  que estaba haciendo un hueco en el suelo.

-Don añas ocúltanos pronto que ya viene la bruja – Imploraron los niños.

El Añas los metió en el hueco y los tapo con hierbas.

-Añas pestífero – dijo la bruja al llegar -aquí tienen que estar los muchachos.

¿Qué oculta debajo de esas hojas?

  • Es mi cosecha de papas

  • Si es como dices, déjame ver.

El Añas no contesto nada. Movió su cola coposa y ¡Chis! Soltó un aroma penetrante que hizo huir lejos a la bruja.

Huían los niños. Tras ellos de nuevo seguía la bruja tirándoles piedra. Así llegaron a una llanura. La bruja les daba alcance, cuando en medio del campo divisaron a un cordero que pacía tranquilamente, con una soga al cuello.

  • Cordero, corderito, dijo la niña mira que la bruja ya nos alcanza, no dejes que nos llegue a tocar.

El cordero tomo la cuerda que tenia al cuello y la lanzo al aire y por ahí subieron los niños. Las nubes, como buche de ave, les acariciaban las mejillas.

La bruja llego al sitio y al ver la soga colgado del cielo y los niños en lo alto comenzaron a subir. El viento le arremolinaba los faldellines, descubriendo sus piernas flacas. Ya muy arriba apareció entre la bruja y los niños un pericote prendido en la cuerda.

  • ¿Qué haces allí pericotito?

  • Pregunto la malvada.

  • Estoy comiendo un pedazo de cemita morena que me dio mi madre.

En realidad el pericote roía la soga. De pronto la cuerda se rompió y desde lo alto se vino abajo la bruja:

Pampallampam, Pampallampam, gritaba la vieja mientras caía. ¡Pampallampam! Cayó y  cayó despanzurrada en medio del llano.

Arriba seguían subiendo los niños al país de las nubes. La soga se mecía en el cielo como un inmenso tallo.

 

Recogido por Arturo Jiménez Borja 

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